Redacción. Ejercicio 1

“Creo que podemos estar de acuerdo”, había escuchado decir a alguien, “en que todo está ya dicho. Todo está tratado, y no hay lugar para la innovación.”

“Probablemente mucho lo esté”, pensaba. “Pero nosotros tenemos algo que aportar. Nosotros sí.” Se aferraba a esa idea y cerraba los ojos. Poco a poco, las luces y sombras cobraban forma. Cuerpos difusos se iban distinguiendo de entre la nada y, si prestaba la suficiente atención, el silencio también empezaba a transformarse. Un ruido característico empezaba a abrirse paso en su imaginación. Muy leve aún, pero muy claro: eran gritos. Pero no eran de dolor o espanto, eran gritos de ánimo, gritos de fervor. El público animaba con toda la energía que tenía. De momento no era mucha, así que apretó los ojos y se esforzó aún más en distinguir.

“...también puede ser que el receptor no entienda o no escuche el mensaje, y entonces no existe comunicación.” Decía un eco distante.

No parecía ser el caso donde él se encontraba. Ya se veían los primeros colores de la escena. El contraste de los focos escondía aún las caras que él pretendía distinguir, pero ya estaban formadas. Las formas, indistinguibles antes, habían cobrado vida, y se habían encarnado en un público que escuchaba extasiado. Gritaban, algunos lloraban, otros movían la cabeza e incluso alguno intentaba subirse al escenario. “¡Qué locura!” se decía él. Entonces les vio. A ellos, él y sus amigos, en el escenario. En un momento así, le sorprendió verse protagonista de su propia imaginación. Él, y sus amigos, frente a gente que de verdad entendía, que de verdad quería saber lo que decían. La música que sonaba fuerte por los altavoces. Las líneas de bajo. Los teclados, y las mezclas, que convertían su composición en algo más allá de lo artístico, que comunicaban su mensaje. Él en medio, con su guitarra, sonriendo ante el éxito, saboreando la novedad...

De repente, una de las personas del público que había intentado subir con ellos lo consiguió. Asestando un golpe al guardia de seguridad, saltó al escenario y le miró desafiante a los ojos. Su cara le resultaba familiar, y en sus ojos, inyectados en sangre, veía la ira confusa del que estaba demasiado metido en su papel... y una mueca inconfundible. ¡Era su profesor de castellano!

• ¡López! López, ¿Se puede saber dónde está? ¡No creo que con nosotros!

Levantó la vista y se centró en esos ojos, que, aunque más condesdencientes en la vida real, seguían teniendo un halo amenazador. Notaba la mirada punzante de sus compañeros en la nuca, y se le hizo un nudo en la garganta.

• Disculpe, señor.

• Y que sea la última vez. Deberías empezar a prestar atención a lo que se te dice, López, si pretendes aprobar el curso.

• Sí.

“Pero no”, pensaba. Definitivamente, aquí no encontraría un público lo suficientemente interesado, o interesante. Igual en otro planeta...