- ¿Quieres un poco más
de té, querido?
Como
cada año, la familia Banks se reunía para celebrar la Navidad.
Sentados a la gran mesa de cristal que adornaba el elegante comedor
señorial, los Banks comían en silencio; de vez en cuando un
comentario escapaba de las bocas más jóvenes, pero la conversación
no duraba mucho. Ronald Banks, el patriarca de la familia, era un
hombre oriundo y tozudo empeñado en conservar las tradiciones
familiares. Presidía la mesa con solemnidad y no esperaba pasar un
buen rato, pero a sus ojos esas cenas eran una especie de ritual
pagano que no podía dejarse de lado. La señora Banks, mucho más
práctica y algo menos simple, no compartía esta visión con su
marido: para ella, era todo una transacción inevitable pero
provechosa, si se llevaba a cabo adecuadamente. El resto de los
presentes simplemente se sometía a la voluntad del patriarca, y
aceptaba las horas que pasaban juntos como una suerte de penitencia
cristiana.
- ¿Qué
harás este año nuevo, Jake?
Menos
Jake.
- Viajaré.
Melissa y yo queremos empezar el año nuevo en Bali. Hemos
encontrado un refugio donde necesitan ayuda y nos hemos ofrecido
como voluntarios.
El
señor Banks se removió en su asiento y se ocupó en cambiar de
tema. Jake no era una buena influencia, pensaba el señor Banks. Con
su pelo emarañado y sus ideas tercermundistas de amor y paz.
¡Paparruchas! Si su padre le viera... claro que su madre siempre
había sido una pécora. No, no era una buena influencia. Pero algún
día se irían definitivamente, él y su novia descarriada, y
dejarían de perturbar su apacible vida. Ojalá se fueran. Iracundo y
ofendido, se levantó de la silla y fue a la cocina.
- Pobre
tío, debe pasarle algo. ¡Ahora vuelvo! Necesitará alguien que le
anime. – Jake sonrió y se dispuso a seguirle. Y alguien
comentaba:
- ¡Jake
es siempre tan encantador!
* * *
- ¿Cómo
está usted, tío? ¿Le pasa algo?
- ¡Vete,
Jacob! ¿Qué quieres ahora? Sabes que no quiero hablar contigo.
- Yo
sí que quiero hablar con usted. No puede dedicarse a dejarme en
evidencia siempre. – La sonrisa de Jake era verdaderamente
irresistible. Los rizos negros le caían a ambos lados de la cara,
enmarcando un bonito cuadro de dientes blancos y labios carnosos.
- Puedo
dedicarme lo que quiera. Para eso es mi casa. – gruñó el señor
Banks. Su sobrino se limitó a sonreír dulcemente.
- ¿Ah
sí? ¿Y pensaría lo mismo su querida señora Banks si supiera lo
que hace cuando ella no está en casa? – y, cambiando de tono,
añadió – Tenemos un pacto. Espero que lo recuerde.
- ¡Desagradecido!
Ya te di lo que me pediste. No tendrás nada más.
- ¿Así
somos, tío?
- No
me llames tío. No puedo confiar en ti.
- No
se preocupe por eso... somos una familia, ¿No? No es nada personal.
Y las cosas de casa, se quedan en casa... ya sabe.
* * *
Los
invitaros se fueron yendo. La señora Banks quiso asegurarse de que
su madre llegaba bien a casa y se marchó con ella. Mientras tanto,
Ronald Banks miraba absorto a la tetera, que aún hervía en el
fuego. Su sobrino, Jake Banks, hablaba distraídamente con él.
- …y
por supuesto Melissa y yo tenemos que tener los medios necesarios
para irnos... no a Bali, desde luego; yo quiero algo mejor, ¿Qué
le parece el Caribe? Sí, unas bonitas vacaciones en el Caribe nos
harían tanto bien...
“Esto
se acaba hoy. Se acaba hoy.”
- ...y
el Caribe, sin unos 1000 euros por cabeza, no se disfruta... ¿No le
parece? Y quien dice 1000 dice 1500... ¿Me está escuchando?
- ¡SE
ACABA HOY!
El agua
hirviendo quemaba la cara de Jake. Ronald Banks golpeaba la tetera
chirriante contra el cráneo de su sobrino. Entre gritos, sangre y
agua Jake se tornaba cuerpo inmóvil, mueca torcida, ojos
desencajados. Su cadáver yacía, aún caliente, en la cocina
familiar.
- Lo
siento, sobrino. – comentaba su tío. – Pero en fin, es lo que
tú dijiste. Lo que pasa en casa...
Y se
puso a limpiar antes de que llegara su mujer, porque las baldosas
sucias no le gustaban nada.
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