La misma sala gris de cada día devolvía el eco de mi silencio. La vida, como un barullo ajeno y extraño, bullía tras las ventanas de mi pequeño piso, y yo, como cada día, me ponía el sombrero, con afán de viajero resignado y abatido, afán de arqueólogo cansado que rasca la pared del mismo hueco de siempre.
“Cuando
Gregor Samsa se despertó, una mañana después de un sueño
intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso
insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de
caparazón y, al levantar un poco la cabeza, veía un vientre
abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco sobre
cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya
de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en
comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas
ante los ojos.
- ¿Qué me ha ocurrido?, pensó.
No
era un sueño. Su habitación, una auténtica habitación humana, si
bien algo pequeña, permanecía tranquila entre las cuatro paredes
harto conocidas.” “Dictado”
(KAFKA, 2002: p.9)
El
lúgubre encanto de la capital bohemia, difuso tras los cristales
opacos, me llamaba como cada mañana. Al abrir la puerta, el aire
frío del vestíbulo se coló en el piso. Con él, una pequeña
polilla voló hasta estrellarse contra el cristal. Yo cerré la
puerta y seguí mi camino, extrañado de que el vecino hubiera dejado
la ventana abierta en un día como aquél.
“Gregor
Samsa aún no había conseguido dominar su nueva forma. Entumecido,
agitaba las piernas y las alas desacompasadamente, intentando
moverse, pero su vientre pesaba demasiado. Deslizándose por el
cristal, sólo acertaba a pensar que le dolía la cabeza, que alguna
pata le estaba doliendo de todas las que ahora tenía, y que el tren
de las cinco debía estar a punto de pasar.
- A este paso, se dijo, con cinco años no me bastará para pagar las deudas.
Falto
de sueño y de conciencia de su estado actual, Gregor Samsa movía
penosamente las alas. Consiguió volar hasta el pomo de la puerta,
pero, al darse cuenta de que el giro arrítmico de sus patas no
producía efecto alguno, se dedicó a soltar improperios sobre lo
poco oportuno de ser mariposa y tener por piernas meras cutículas
grasientas.”
BIBLIOGRAFÍA
-
KAFKA,
F.
(2002): La
metamorfosis y otros cuentos; ed.
El País, Madrid.
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